Thursday, January 06, 2005

Ab-zurdo #57

Sent: Tuesday, November 30, 2004 12:43 PM

Ab-zurdo #57

Hipólito era un rebelde completo. Pasaba las tardes escribiendo manifiestos que provocarían rupturas. Su negra lo acompañaba en todo momento, y le llevaba café a litros. Hipólito lo bebía sin parar y aún así dormía como un lirón. Por si fuera poco, cuando llegaba la Semana Santa, Hipólito se flagelaba hasta quedar en carne viva. Lo hacía con mucha precisión, pues no dañaba ningún órgano vital. Una belleza, daba gusto verlo tan emocionado, bañado en su sangre azul.

Llegó el carnaval, y con él, las lluvias torrenciales en el sucio pueblo pantanoso donde vivían. Sin embargo, la algarabía se colaba hasta el cuarto de la negra, la cual pasaba las noches en vela, acostada en su cama a oscuras, con los ojos pelones, diciendo incoherencias y haciendo ademanes con las manos. Toda esa cuaresma ella tocó el trombón todo el día, y al mismo tiempo las maracas con los pies. Y cantaba canciones por ella compuestas, poemas de una rabia infinita, que dedicaba a Hipólito, al pensar en tener que limpiar la sangre que el maldito regaría por todos lados.

Finalmente, llegó la fecha, e Hipólito pidió prestados sus acostumbrados flagelos a los Estudios Churubusco. Todo estaba listo para el festín de aullidos. Pero en la víspera, mientras encendía la PC, le cayó la negra por detrás. Lo amordazó y se sentó a la máquina que atónita presenciaba el crimen aquél. La negra abrió su mail, y cambió los escritos rebeldes de Hipólito, al incluir frases sarcásticas al final de cada párrafo. Aquello quedó como una vulgar pastafrola, la cual envió a todos los contactos del messenger, aún a los hermanos de la Resistencia de Yucatán. Clyde, el mono araña de Hipólito, rió tiernamente al saberlo. Hipólito empezó a sufrir convulsiones por el obsceno espectáculo. Mientras, la negra y el mono bailaban como unos posesos, puras rolas de Los Chicharrons. Acto seguido, rezaron un rosario, y meditaron tanto, que la negra murió de paz.

Al llegar la Semana Santa, Clyde, vestido de María Magdalena, abusó aún más del cautivo: le leyó el manual de Carreño completito, y acto seguido le pasó la factura del cibercable. Cuando estalló la última de sus vísceras, el monito hizo la señal de la cruz. Cubrió de verduras frescas el ataúd y alguien repartió estampitas porno. Y 90 años pasarían para encontrar el cadáver boca abajo en el ataúd, como el de Joaquín Pardavé, sólo para voltearlo y descubrir una sonrisa de rey y unos ojillos aviesos. Le cantaron la rola de "Bye Bye, baby", a la Janis Joplin, y lo devolvieron pa dentro. Y la gente le empezó a pedir milagros. Pero sólo me cumplió el milagro a mí, bendito sea, y aunque nunca dije qué fue, le hicimos un altar en la podrida ciénaga, para venerarlo como el Santo patrono del estrés.

FIN

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