Thursday, June 02, 2005

Ab-zurdo #67

Ab-zurdo #67

Era el día de la celebración. Todas las bandas y conjuntos de música norteña del mundo entero estaban ahí, en ese estadio rebosante de felicidad. La primera Convención Mundial de Bandas iba a comenzar. Pero de mundial no tenía nada, hagan de cuenta que todos los graciosos asistentes habían salido del mismo polvoriento pueblo del estado de Sinaloa. Yo observaba por la tele cómo todos habían llevado a sus familias enteras, hasta a los pericos se llevaron. No me extrañaba nada, pero la náusea me nubló el horizonte, y me dieron calambres en las ingles. Aún así mis sentimientos eran encontrados. Pues mi romance con la Yolanda no hubiera podido ser sin la Banda. Ahora que se fue la maldita, río y lloro cuando escucho la Kebuena.

El maestro de ceremonias iba a comenzar el show. Todos en sus puestos, en especial el tataranieto de Don Cruz Lizárraga, un escuincle regordete y descolorido que iba a cortar un listón. Infernales locutores de sonoras e irracionales voces resonaban en la sede de mi tortura. En eso, cayó la bomba que terminó con las vidas de todos. Exploté yo también, en carcajadas desaforadas, y en gritos de placer. Me vencí y caí al piso por el dolor del gozo. Mi aura resplandeció: había acabado la maldición. Aquella tragicomedia en medio de sombreros calcinados y tubas derretidas fue el epítome del éxtasis. Vi cómo el estadio, cual caldera apocalíptica, era filmada por decrépitos helicópteros. Eso me provocó un orgasmo.

Pero no era suficiente. Salí a la calle desnudo, pero no para gritar "eureka", sino para correr, babeando como un perro. Quería ir por los cadáveres para desmembrarlos y orinar en sus cráneos. Pero me detuvo un sampablesco relámpago con forma de mujer. Era la Yolanda, mi mujerón guamuchileño, desnuda y empapada de sexo. Prendió su grabadora e hicimos el amor a ritmo de un corrido. Y de ahí la acompañé a su chamba en Fonovisa, donde se preparó para administrar el legado de oro de los mártires del siglo.

FIN

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