Ab-zurdo #89
Ab-zurdo #89
"¡Rápido, rápido, es urgente, coño!", dijo mi secuestrador apurando a uno de sus rebuznantes subordinados. Como a los 5 minutos, se cumplió la orden y me trajeron mis gorditas de chicharrón, como las había pedido, con col y rábanos y mucho chile. Qué rabanotes descomunales, de miedo, dignos de un gorila de 600 kilos.
Pero independientemente de eso, lo realmente urgente era que no me rescataran, pues yo los traía muertos de risa todo el día, tocando mi armónica y haciendo caras de Charles Chaplin.
Pero un día la armónica sólo sonó para hacer llorar. El secuestrador más inexplorado llamó a su esposa (sí, la misma), y acabó de descubrirme. Yo no cabía en mí de alborozo, hasta se me quitaron las ganas de aprender a jazziar. Si yo era un actor dramático, carajo.
Le dije a ella: "Darling, leki leki". Y puta madre, qué parodia empezó ahí mismo. Ni las clínicas del pastelazo que tomé en Bavaria nos salvaron de aquella paliza. El sicario de mis sueños se convirtió en el rey de los gestos simbólicos por un momento, y le aplaudieron hasta sus propias nalgas.
Decidí que aquello era humillante para mí, y decidí también usar la llave pa salir pa fuera. ¿Debería hacerlo? ¿Podría vivir sin esos plácemes? ¿Asunto de Eros? Carajo, nunca debí haber puesto esos cedés de Etta James. Fueron como un masaje con hielo para mi vieja, que era para mí dulcinea y hermelinda al mismo tiempo.
Y qué vergüenza para todos, ridículos románticos del síndrome de Estocolmo. Nomás por joder les apagué la luz, y al prenderla de nuevo, sólo vi a puros zombis pinches, transparentes y de un soplido se murieron dejándome como el más lúser de los wanabís.
FIN
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