Ab-zurdo #90
Ab-zurdo #90
Les voy a contar mi anécdota más preciada. Era la víspera de año nuevo 1980, y yo me encontraba en un hotel de Cuyutlán. Al caer la tarde, entre un montón de tíos ebrios, pensé con mi melancolía de caramelo: "caray, otra década que se nos va", y eso que yo era un escuincle de 9 años. Mi tío Beto me regaló esa noche un reloj de cuerda, muy chafa por cierto, pero ahora que lo medito, ése fue el principio de mi conciencia de radio-mano. Después supe que casualmente en ese mismo instante todas las ánimas del purgatorio salieron en bandada, qué cosa chingona de verdad. Olvídense del Séptimo Sello y esas mamadas. Lo que me dio un poquito de agüite fue que la Madre Teresa, pos se había quedado sin chamba, y la viejita nunca lo supo. Volviendo al tema, en ese momento me piqué las sienes, y sin querer empecé a olvidar los arquetipos precargados en mí. Todo el pis an lov de los 70 se me metió de un chingazo por los intestinos. Ahora viene lo bueno: llegó a aquella terraza huapachosa, quién creen, nada menos que mi maestra de la primaria, la que hacía rezumar humores lunares a este imberbe. Ante las miradas conspicuas de mi tribu, me retiró de mis estúpidos congéneres, me llevó al tendedero del edificio nuevo, y ahí intercambiamos savia y la lava invisible del aliento. Con ello y su tanta sinceridad, la maldita me hizo culpable de mi buenaventura. Mi pubertad se estaba yendo sin duda hacia un hundimiento marca chamuco, pero, coño, valió la pena. Y resulta que hoy, sí, hoy, mi terapeuta viene a robarme el grito fulminante del treintón tripeado: nunca es demasiado tarde para tener una infancia maravillosa.
FIN
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