Ab-zurdo #70
Ab-zurdo #70
Después de un penosísimo viaje de 40 días a caballo, llegué al templo perdido de ru-Kholeb, en una podrida zona pantanosa de Mozambique. Al entrar al esplendoroso recinto, eliminé mis expectaciones tenebrosas. El aire acondicionado que acogía a aquellas 500 hectáreas aligeró mi calcinante misión. Iba a ver al Antipapa, que se ocultaba ahí desde la cumbre mundial en Estambul. Me recibió como a un hijo, y rápidamente hizo que sacrificaran 200 vacas para hacerme un festín, no sin antes arreglar él mismo todo con su capataz de banquetes. Me extrañó un poco que me dejara solo tanto tiempo en el gran salón de jade, pero por fin llegó, refunfuñando por una discusión que tuvo con su contador. Después de romper el hielo con una partida de boliche, quiso comportarse satánicamente, como era su deber. Me quería inducir a la dimensión del Minusvitae, con su sola mirada. Yo puse cara de asunto y di un sorbo a mi cocktail, lo cual lo sacó de onda y desistió de sus empeños. Pedimos cocos con ginebra, y en eso atendió su celular, lo cual lo dejó bastante inquieto. Después me enteré que su jefa de mucamas lo había llamado para renunciar. Visiblemente agitado me dijo que me quedaba en mi casa, que tenía que ir a recoger los niños al colegio, pues su esposa iba a salir tarde del gym. Yo me quedé admirando los pantanos de ámbar, donde mantenían petrificada ahí mismo a la batalla de Zilión. Parecía una enorme palanqueta de cuerpos color marrón. Y ante tal dulce metáfora, tomé la decisión que seguramente evitó la sexta caída de Roma. Cancelé el uránico evento que no sólo aniquilaría a su maligna majestad, sino a 20,000 micos salvajes y a sendas edecanes que los atendían. Desconecté mi laptop y me largué de ahí sin volver la vista. Aún me asusta mi infinita crueldad. Pues dejé a nuestro querido amigo a merced de una segura, lenta y dolorosa muerte doméstica.
FIN
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