Saturday, May 26, 2007

Ab-zurdo #108

Ab-zurdo #108

Jill y Osmar se encontraban en una sala de cine, durante el intermedio de una película. Ni sabían cómo se llamaba el filme en cuestión, porque no habían pasado el tiempo más que haciendo el amor. Cuando prendieron la luz, por poco y los cacha una señora ya mayor, de esas con sombrerito agrio y antiguo. Dentro de sí, Osmar deseó que los hubiera descubierto. Pero Jill era de armas tomar.

Ya llevaban 3 semanas juntos, y Osmar no veía cómo sacársela de encima. De hecho, un día en los elevadores del Centro Magno, estuvo a punto de perdérsele entre la muchedumbre y huir. Pero no se le hizo.

Entonces Osmar dio con la solución. Era día de San Juan, y aunque no lo crean, en la colonia Moderna empezaron a hacerse fogatas y una juerga flamenca que hasta la misma Sevilla envidiaría. Asistieron los dos, y Jill como siempre, iba sin calzones. Osmar tenía todo planeado, pero su bisoñez lo hacía sudar como un perro. Jill notó que había algo raro y se lo comentó a Bárbara, una de sus igualmente depravadas amigas, a la que se habían encontrado frente al templo del huevo.

Cuando empezaron los fuegos artificiales, y no del tipo de los que Jill era adicta, sino los de los pirotécnicos de Analco que habían contratado para la fiesta, Osmar puso en marcha su ingenioso plan. Sacó de su mochila dos lonches de Amparito y le ofreció uno a Jill. Como la gula era otra de sus virtudes, aceptó gozosa y comenzó a dar mordidas sensuales y chiclosas al mencionado sandwich.

Osmar despertó al día siguiente en el hospital junto con otras 73 personas, con quemaduras de segundo grado y una sonrisa que lo acompañó por muchos años. Jill yacía muerta en las capillas del IMSS, y cabe mencionar que muchos hombres jóvenes echaron bolsas con excremento dentro del ataúd.

Cuando Jill se dio cuenta de lo que se hallaba escondido dentro del lonche, Osmar se lo arrebató y lo echó a la hoguera más cercana, a la sazón de 8 metros de diámetro y otros tantos de altura de sus llamaradas. No pudo haber habido otra hipnosis más poderosa, que arrastró a Jill hacia su muerte por inmersión en carbón incandescente. Pero es que estoy seguro que aquel gigantesco dildo daba miedo hasta en Amsterdam.

FIN

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