Ab-zurdo #74
Ab-zurdo #74
Cuando llegó el licenciado, Cutberto y yo estábamos conversando con las piernas cruzadas. Entonces, sabe qué dijo Cutberto, a lo que yo respondí: "El concepto ése me atrae. Me gusta. Me lastima. Me acosa, me embelesa, me distrae y me soborna".
El notario de marras sonrió y apuntó todito. Cutberto se sacó la navaja de la lengua y empezó a hablar como un descosido. Mientras, preparé una tarta de bellotas y llamé a Bambi, mi cocinera, a la que di una bofetada por no tener Royal en la alacena. Eso me hizo olvidar el porqué de la tarta. La tiré a la basura pero algo empezó a aguadarse en mí. No eran mis senos sancochados, ni tampoco mis labios carnosos de actriz porno. Ha de haber sido el vendaje en mis muslos chupados. Bendita operación. Me iría a la tumba como la dama elegante de Cuitzeo.
Ponciano, el pepenador, metió su mano en mi bolsillo para sacar su propina. Qué elegante manera de decirme que la tarta no se reciclaba en el bote de vidrios. Ahí sí fue donde torcí el rabo. Pero ya no me podía echar para atrás. Las actas de la sucesión estaban anexas y revisadas por el 3er juzgado de lo civil. Entonces, continuamos la diligencia, y Cutberto se aproximó al estrado, donde fungió como concertador del acto legal, y una vez acreditada la de-cujus, constatamos nuestras personalidades jurídicas.
Para terminar, me llamé a mí misma por teléfono para contarme un chisme póstumo. Pero ya no pude jugar con mis deseos. Me quité la cáscara de guasana y ya bien tiesa, acabé de escribir el capítulo fatal del testamento, donde puse qué hacer si siempre no me moría. Al final resultó un cadalso sobrio y recatado, preámbulo de una lucha a muerte por los tesoros de una puerca como yo. Joya del arte objeto, cuando le agregué la foto de mis hijos comiendo mi cadaver. Después de todo, el relato de la pípila bíblica les iba a saber más sabroso en hojas tamaño oficio.
FIN
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