Monday, July 17, 2006

Ab-zurdo #88

Ab-zurdo #88

Hanson era un inventor con suerte. Todo lo que inventaba servía para algo, al menos para darle risa a algún coterráneo. Tenía un socio, Huntington, el cuál le comercializaba los inventos, claro, siempre de forma desleal y ventajosa.

A Hanson debemos el nosocomio, el árbol de levas y la polla con jerez, además del merthiolate, la rosca inglesa y las puntitas de plástico de las agujetas. ¿No era eso suficiente? No, señores, ese vicio de inventar es peor que la marihuana, como decía la mamá de Hanson, la cual por cierto está metida en la "cómoda húngara" (invento de Hanson) desde hace 11 años, y todavía no cuaja. En fin, Huntington era el más feliz, pues todo lo que tocaba se volvía oro. Jimmy Connors mismo pedía anunciarle los inventos, varias veces de a gratis.

Bueno, pues ahí tienen que Hanson, un funesto día de verano, y quién iba a decirlo, ante el chapucero llamado de sus impulsos venéreos, quiso inventar a la mujer perfecta, piedra filosofal de todas las centurias. Leonardo, Paracelso, Arquímedes, Frankenstein (¿quién dijo que era ficción?) y Agustín Lara lo intentaron, pero ya sabemos cómo acabaron esos individuos. Así que fue a pedirle consejo a los héroes varoniles por naturaleza: los luchadores de barriada. No quiso que lo urbano fuera obstáculo, así que sus pesquisas las realizó en el poblado de Chacaltianguis, Veracruz (www.visitechacaltianguis.com). Bárbara elección. No fue necesario ni siquiera el muestreo estratificado. Nuestro héroe departió alegremente y sin empacho en tertulias inquisidoras, en los barrios bajos de Chacaltianguis, a la luz de un foco viejo afuera del gimnasio que paría a los gladiadores jarochos. Y reunió lo suficiente como para llenar 3 arcas de manuscritos. Incluso esta inefable cifra lo hizo meditar sobre lo perfecto del asunto.

Y después de eso, más que un punto y aparte, lo que sucedió después merecería una vida y aparte. No volvió a inventar nada durante 22 años, incluso Huntington murió en la cárcel, penniless. La inmersión en sus escritos lo embelesó de tal manera que ya no sabía si era de noche o de día, si él era hombre o bestia, o si el tiempo iba para adelante o para atrás. Esos relatos de vinagre y alcohol, de violencia y fuego, de miel y perfumes fueron como el carbón que preparó el extasiado guiso monumental. Y el artificio maldito se hizo presente ante nuestro elemental y aéreo amigo, el cual en el acto se convirtió en un puñado de azufre incandescente. Como ustedes sabrán, fue olvidado por la ciencia, mas no por los libros de catecismo del opus dei. Hanson pudo más que las oraciones de los gitanos errantes, e inventó nada menos que al diablo, vive Dios.

FIN