Thursday, August 31, 2006

Ab-zurdo #92

Ab-zurdo #92

Julio estaba cansado de andar buscando a alguien con quien follar. Había ido a todos los antros, con su pasaporte VIP. Encontró delicias de los años 80, pero con esos anteojos veía sólo pequetitas de desconfianza. La cosa era anotar goles, completos, ultrapasando la línea de gol.

Vera lo seguía a todos lados, en calidad de árbitro. Veía cómo Julio abrazaba con brazos pegajosos aquellas rositas fresita. Y cómo bebía de sus boquitas pecadoras. Algunas mocosas traían tatuajes de sorna y maltratos, y algunas más, piquetes de imitaciones e imantaciones. Anulaba todas las anotaciones, las cuales sólo quedaban como pifias registradas en su libreta.

Ese día llegaron al Versalles, claro, separados, y Vera decidió acompañarlo a la zona de strips. Un viernes así no podía ser desaprovechado. Y al pedir un vodka con red bull, se sucedieron 3 sampleos del tiempo, alumbrados con luz negra. Sin ansias de espuma, vio pasar ante sus ojos a aquella avestruz de las bolas de oro. La bestia humana en persona.

El locutor narró el ataque con una dicción impecable, pero en húngaro. Y Vera se dejó sobornar por los espectadores. El intervalo acabó. Y sin tiempos extras, declaró ganador al resto del mundo.

FIN

Wednesday, August 30, 2006

Ab-zurdo #91

Ab-zurdo #91

Cuando alguien muere, de repente sus cartas valen oro. Sus obras valen diez veces más. Sus recuerdos hacen llorar de nostalgia, de alegría, de sentimiento y de deseos no cumplidos. ¡Qué extraño poder tiene la muerte sobre los vivos! ¿Será así la vida para los muertos? Ellos no la buscan, ni la encuentran... Es mejor estar muerto que vivo.

FIN

Tuesday, August 29, 2006

Ab-zurdo #90

Ab-zurdo #90

Les voy a contar mi anécdota más preciada. Era la víspera de año nuevo 1980, y yo me encontraba en un hotel de Cuyutlán. Al caer la tarde, entre un montón de tíos ebrios, pensé con mi melancolía de caramelo: "caray, otra década que se nos va", y eso que yo era un escuincle de 9 años. Mi tío Beto me regaló esa noche un reloj de cuerda, muy chafa por cierto, pero ahora que lo medito, ése fue el principio de mi conciencia de radio-mano. Después supe que casualmente en ese mismo instante todas las ánimas del purgatorio salieron en bandada, qué cosa chingona de verdad. Olvídense del Séptimo Sello y esas mamadas. Lo que me dio un poquito de agüite fue que la Madre Teresa, pos se había quedado sin chamba, y la viejita nunca lo supo. Volviendo al tema, en ese momento me piqué las sienes, y sin querer empecé a olvidar los arquetipos precargados en mí. Todo el pis an lov de los 70 se me metió de un chingazo por los intestinos. Ahora viene lo bueno: llegó a aquella terraza huapachosa, quién creen, nada menos que mi maestra de la primaria, la que hacía rezumar humores lunares a este imberbe. Ante las miradas conspicuas de mi tribu, me retiró de mis estúpidos congéneres, me llevó al tendedero del edificio nuevo, y ahí intercambiamos savia y la lava invisible del aliento. Con ello y su tanta sinceridad, la maldita me hizo culpable de mi buenaventura. Mi pubertad se estaba yendo sin duda hacia un hundimiento marca chamuco, pero, coño, valió la pena. Y resulta que hoy, sí, hoy, mi terapeuta viene a robarme el grito fulminante del treintón tripeado: nunca es demasiado tarde para tener una infancia maravillosa.

FIN

Ab-zurdo #89

Ab-zurdo #89

"¡Rápido, rápido, es urgente, coño!", dijo mi secuestrador apurando a uno de sus rebuznantes subordinados. Como a los 5 minutos, se cumplió la orden y me trajeron mis gorditas de chicharrón, como las había pedido, con col y rábanos y mucho chile. Qué rabanotes descomunales, de miedo, dignos de un gorila de 600 kilos.

Pero independientemente de eso, lo realmente urgente era que no me rescataran, pues yo los traía muertos de risa todo el día, tocando mi armónica y haciendo caras de Charles Chaplin.

Pero un día la armónica sólo sonó para hacer llorar. El secuestrador más inexplorado llamó a su esposa (sí, la misma), y acabó de descubrirme. Yo no cabía en mí de alborozo, hasta se me quitaron las ganas de aprender a jazziar. Si yo era un actor dramático, carajo.

Le dije a ella: "Darling, leki leki". Y puta madre, qué parodia empezó ahí mismo. Ni las clínicas del pastelazo que tomé en Bavaria nos salvaron de aquella paliza. El sicario de mis sueños se convirtió en el rey de los gestos simbólicos por un momento, y le aplaudieron hasta sus propias nalgas.

Decidí que aquello era humillante para mí, y decidí también usar la llave pa salir pa fuera. ¿Debería hacerlo? ¿Podría vivir sin esos plácemes? ¿Asunto de Eros? Carajo, nunca debí haber puesto esos cedés de Etta James. Fueron como un masaje con hielo para mi vieja, que era para mí dulcinea y hermelinda al mismo tiempo.

Y qué vergüenza para todos, ridículos románticos del síndrome de Estocolmo. Nomás por joder les apagué la luz, y al prenderla de nuevo, sólo vi a puros zombis pinches, transparentes y de un soplido se murieron dejándome como el más lúser de los wanabís.

FIN