Tuesday, August 30, 2005

Ab-zurdo #75

Ab-zurdo #75

Petra se sentó a un lado de la carretera. Estaba empezando a llover en el camino a Volendam. El cielo gris oscuro impedía ver el horizonte, y los campos de trigo se movían como el pelo de una rubia de concurso. Nikolai encendió sus audífonos y se desconectó de la realidad. Sólo vio a su furiosa interlocutora mover los labios articulando insultos de hierro. Prefirió evitar la sonrisa incontenible. Por fin, ella metió la cabecita entre las rodillas, y se resignó a esperar a Los Imperdonables.

En Tokio, Los Imperdonables seguían en la peda. Ni siquiera sabían dónde dejaron los boletos de avión, los cuales serían encontrados al día siguiente por la mucama violada. Uno de ellos empezó un tur sin retorno. El otro se envolvió en una sábana de chocolate, con una puberta del mismo sabor. Alguien mencionó la segunda guerra mundial, por lo que el último terminó vomitando su propio hígado.

Petra se empezó a rascar la pantorrilla herida, y su amasio filmó en su mente el espectáculo. De pronto, se detuvo una van con 6 chicas dentro. Nikolai miró a Petra con una indecisión de restorán. Pero la controvertida chiqueada sólo pudo lamer el viento de la van al alejarse con Nikolai, que se subió ya sin pantalones.

Las arpías iban decididas a terminar su último viaje haciendo mucho ruido. No soportarían ni un día más la maldita melancolía holandesa de aquellas sobrecogedoras tardes musgosas. Una de ellas ocultó en su sexo a Nikolai, y cuando ya iban en caída libre, eructó a otros dos hitch hikers, uno de los cuales creo que era yo.

La maldita Petra vio todo bajo la lastimera lluvia, con una risa interna que la acompañó hasta la tumba. Pero siempre mantuvo cariñosamente su envidia hacia nosotros, porque acabó nuestra espera. Quiero deciros, amigos, que esta vez tenéis mi perdón. Y que recordéis más que nada, que el amor es muy chingón.

FIN

Friday, August 26, 2005

Ab-zurdo #74

Ab-zurdo #74

Cuando llegó el licenciado, Cutberto y yo estábamos conversando con las piernas cruzadas. Entonces, sabe qué dijo Cutberto, a lo que yo respondí: "El concepto ése me atrae. Me gusta. Me lastima. Me acosa, me embelesa, me distrae y me soborna".

El notario de marras sonrió y apuntó todito. Cutberto se sacó la navaja de la lengua y empezó a hablar como un descosido. Mientras, preparé una tarta de bellotas y llamé a Bambi, mi cocinera, a la que di una bofetada por no tener Royal en la alacena. Eso me hizo olvidar el porqué de la tarta. La tiré a la basura pero algo empezó a aguadarse en mí. No eran mis senos sancochados, ni tampoco mis labios carnosos de actriz porno. Ha de haber sido el vendaje en mis muslos chupados. Bendita operación. Me iría a la tumba como la dama elegante de Cuitzeo.

Ponciano, el pepenador, metió su mano en mi bolsillo para sacar su propina. Qué elegante manera de decirme que la tarta no se reciclaba en el bote de vidrios. Ahí sí fue donde torcí el rabo. Pero ya no me podía echar para atrás. Las actas de la sucesión estaban anexas y revisadas por el 3er juzgado de lo civil. Entonces, continuamos la diligencia, y Cutberto se aproximó al estrado, donde fungió como concertador del acto legal, y una vez acreditada la de-cujus, constatamos nuestras personalidades jurídicas.

Para terminar, me llamé a mí misma por teléfono para contarme un chisme póstumo. Pero ya no pude jugar con mis deseos. Me quité la cáscara de guasana y ya bien tiesa, acabé de escribir el capítulo fatal del testamento, donde puse qué hacer si siempre no me moría. Al final resultó un cadalso sobrio y recatado, preámbulo de una lucha a muerte por los tesoros de una puerca como yo. Joya del arte objeto, cuando le agregué la foto de mis hijos comiendo mi cadaver. Después de todo, el relato de la pípila bíblica les iba a saber más sabroso en hojas tamaño oficio.

FIN