Friday, December 15, 2006

Ab-zurdo #101

Ab-zurdo #101

Sheena había repetido esa misma frase cientos de veces en el transcurso de unas horas. Yacía sentada sobre su cadera en el suelo mojado, enfrente de la puerta abierta del refrigerador. Estaba todo oscuro, y sólo la luz del refri iluminaba su cuerpo desnudo. Su pose sensual confirmaba que no estaba loca, y que de hecho, dominaba todo a su alrededor.

Ella sólo estaba concediendo paz al mundo. La noche anterior había sido de ruina. Pero hoy, estaba dispuesta a inmolarse por el aire turbio que respiramos. Esta maldita vida de acción y reacción. Donde el amor no existe, y ella lo sabía muy bien.

La noche parecía no tener ganas de acabarse, y ella seguía derramando su bondadosa parálisis. Pero de repente, reparó con azoro en las pegatinas que había en la puerta del apartamento. Con una docilidad de vaca sagrada, se puso de pie y se enjugó las manos en la sangre de cerdo de la cazuela.

Como poseedora de la verdad total, caminó hasta la puerta y la abrió. Alonso estaba ahí parado inmóvil, igual como lo había dejado el lunes pasado. Con suma delicadeza, tomó un bolígrafo de la bolsa de su camisa, y le escribió en la frente un poema haiku, en lengua quechua. Cerró la puerta y se dirigió al cuarto de servicio. Se despertó a sí misma y se dijo:

- Maldita sea, China, ¿dejaste otra vez el refri abierto?

FIN

Ab-zurdo #99

Ab-zurdo #99

Estoy tan sordo que no escucho ni siquiera a mi mente. No le hago caso a las señales ni a los símbolos eternos, mucho menos a los sonidos de este puto planeta. ¿Para qué, si de todos modos estaría equivocado ante direcciones falsas?

Mi realismo se impone ante tu fragilidad. Cuando escribí esto, apenas estaba dándome cuenta de mi desdichado ministerio. Este paraje de intentos se volvió insufrible y deleznable.

Alguien apagó la luz. No hay quien dirija mi cuerpo ahora, y entrará en acción mi plan trazado. ¿Convendrá a los 116 millones de estúpidos a mi alrededor? No me importa.

Me desharé de los nuncas y escogeré un episodio para repetirse infinitamente. Es más, ya lo escogí: el de la policía arrestándonos después de la matanza en la explanada.

Acabaré hablando al revés, y leeré los subtítulos de tus ojos, con la mala traducción de tu laica incomprensión. Y me dará una risa rabiosa, que te repito, no escucharé.

FIN