Ab-zurdo #83
Horacio conocío a Lucía, la doctora, en el avión. Le parecía chistoso haber dormido a 10 centímetros de ella, y no haber hablado durante horas, más que cuando iban a aterrizar. Ella se tomó el pelo con la mano, señal inequívoca de que quería tener a Horacio en su lecho.
Horacio empezó a monotonizarse, a tal grado, que los loops de su corazón se volvieron un one-shot. Lucía era un espectro omnívoro que se hizo respetablemente deseoso. Bajaron del avión ya con la entrepierna jugosa. Pero en un suspiro, ella se desapareció entre la cola de migración.
Entonces Horacio corrió como nunca lo había hecho, dejó su equipaje atrás, con todo y la forma de aduanas. Quería terminar con todas las repeticiones palpitantes de su cuerpo defraudado, y sin detenerse gritó más fuerte que el eco del Aconcagua. Era un relámpago de histeria y segúia acelerando hasta la muerte. Más velozmente, electrónicamente imparable, por los cables urbanos, siguiendo hasta el mareo, hasta la saciedad cósmica, superando todas las partículas, llorando, en una llama infinita, era una supernova fugaz, carajo, creo que no me estoy dando a entender, era un pulsar, más fuerte que la luz, desesperación mayúscula dividida entre cero, algo que ni el mismo Cronos estaba entendiendo, ni yo mismo ahora que lo relato; y seguía, seguía incrementando su fulgor, más allá de los elementos, del cielo y del infierno, todo lo que existía se encontró negado por sí mismo, la realidad ya no era nada sin esa furia nueva creada, más allá de toda frontera imaginada, superando cualquier canon y todos los deseos de todos los entes que hubo jamás. Y después de eso fue aún más rápido, hasta hacer desaparecer toda relatividad, ya nada tenía sentido, era más veloz que el presente, más que la chispa de la vida, más rápido que el pensamiento y que la imaginación de Dios.
Y por fin vio a Lucía a lo lejos, antes de que la conociera, convertida en una idea, apenas un deseo del primero de sus ancentros protozoarios.
Horacio se detuvo en la luz roja. Confesó sus pecados al Juez de Triana, y tiró por la borda una moneda, la cuál sirvió para pagar la redención de nuestra doble vida.
Y hoy está recargado en un puente, en el río rojo del Mar del Plata, preguntándose por qué él. Por qué. Por qué él.
FIN
(Buenos Aires, Argentina. 20 de noviembre de 2005)